lunes, 14 de abril de 2014

Autores: "Días de ruta" de Vicente Muñoz Álvarez en Punto de libro

Días de ruta
Vicente Muñoz Álvarez
Ediciones Lupercalia

Este leonés, poeta y narrador incansable, ha publicado obras de géneros tan variados como el ensayo, el relato, la novela o, cómo no, la poesía. Pero este “zapatero prodigioso” también ha coordinado antologías, ha aparecido en otras, y dio vida hace ya unos años al equipo que gobierna esa nave maravillosa, llamada Vinalia Trippers, que cada cierto tiempo surca las procelosas aguas de la cultura independiente de este país.

El listado de sus obras rebasa con creces el espacio disponible para esta entradilla. Ciñéndonos solo a aquellas que hemos reseñado en esta revista, citaremos el libro de relatos Los que vienen detrás (DVD Ediciones, 2002), los poemarios Canciones de la gran deriva (Origami, 2012) y Animales perdidos (Baile del sol, 2012), o Marginales (Excodra, 2013), donde sus relatos más inquietantes se acompañan de las magníficas ilustraciones de Mik Baro.

Su nuevo poemario, Días de ruta, si se lee con detenimiento, cerrando los ojos entre poema y poema, se convierte en una road movie infinita. En ella, el protagonista viaja de motel en motel, de ciudad en ciudad, llevando a cuestas una maleta real, llena de muestras, de zapatos para vender, y otra metafórica donde se aprietan nostalgia, poesía, desencanto y esperanza.

Nos encontramos quizá ante el poemario más íntimo de este autor, una obra que traza un círculo perfecto con la vida del poeta y el hombre. Una vida cíclica en la que esos Días de ruta son un paréntesis obligado, una pausa en el oficio de escribir, necesaria para la subsistencia, pero demoledora para el alma.

El poemario recorre las cuatro estaciones del año, en que se van alternando la obligación del representante de zapatos y la devoción del poeta. Empezamos con el otoño, y lo primero que percibimos es la oscuridad desde la que escribe el autor. Sin llegar al fatalismo, hay pesimismo, desesperanza. Arde Babilonia sirve, además de como presentación del poeta, para introducir ese pesimismo, esa certeza de que esto, la sociedad basada en cifras comerciales, cotizaciones, primas, intereses y dividendos se hunde, que el mundo mentiroso que nos explicaron, además de estallar ante nuestras narices, amenaza con arder hasta los cimientos. Leemos Perdidos, donde se condensa perfectamente la visión del autor de este momento de crisis, no ya económica, sino sobre todo de valores; casi una crisis humanitaria. Pero también encontramos en el citado Arde Babilonia el primer indicio de la esperanza que contra todo pronóstico quiere mantener el autor, que espera encontrar en algún momento en algún lugar, el mítico camino de baldosas amarillas. El poeta se disfraza de hombre de negocios, vive cada día una impostura que le obliga a abandonar su realidad y sus sueños para adentrarse en un mundo ajeno y frágil, el de la mercancía, la venta, el negocio, esa Selva que da título a otro de sus poemas.

Con la llegada del invierno el poeta vuelve a casa, e intenta olvidar los zapatos, las visitas y las ventas, recuperando la compañía de su pareja, los amigos, la poesía, y ese bosque que se transmuta en la utopía del poeta, cual si de otro Thoreau se tratase. Pero también ahora aparecen las dudas. Futilidad plantea las preguntas que el autor se hace sobre el sentido su trabajo, no el del disfraz, el de comercial, sino el real, el de poeta. ¿Para qué escribir, si casi nadie lee? –”si apenas nadie (me) lee”, dirá en Bosque animado, casi al final del volumen–, se pregunta. Cierto, casi nadie lee, y aún menos se lee poesía. Pero el poeta, los poetas que escriben pese a no vivir de ello, encuentran en ese oficio lo que ningún otro podría ofrecerles, dignidad. Por ello, como leemos en Ilusión, el poeta resurge de esos momentos oscuros, de esas cenizas a que queda reducido tras incendiarse con el combustible de las dudas y la desesperanza.

Con la primavera regresa la zozobra, esa vida ajena de la carretera, ese Extrañamiento que da título a uno de los poemas de esta tercera parte, a la maleta tan llena de mercancía que no deja espacio para la poesía. Y sin embargo, de esa zozobra nacen poemas, incluso algunos de ellos tan musicales como Reflejos. En este bloque encontramos el que, a nuestro juicio, es el meollo de este poemario. En unos versos plagados de cifras, encontramos el balance, la cuenta de resultados de la vida. Es el poema que podría perfectamente haber subtitulado este volumen: Poética. En él, el autor nos recuerda -o se recuerda a sí mismo- que si pasa un tercio de su vida mostrando muestras, intentando conseguir una venta, es “.../ a cambio de / escribir poemas.

Llega al fin el verano y el poeta vuelve a su hogar, a sus libros, sus películas, su bosque, sus paseos con su perra. En esa época que invita al ocio, el poeta debe buscar la concentración, imponerse una disciplina de trabajo para escribir pesé a la Abulia o la Hipocondría, pese al Vacío que le provoca no encontrar la palabra justa en el momento adecuado. Porque siempre acaba apareciendo la Magia, y las palabras vuelven a encajar en sus versos. El ciclo se cierra y pronto regresarán los Días de ruta. El poeta asume volver a empezar esa rutina, consciente de que esa otra existencia que le da de comer es el contrapunto necesario a ésta, la de la literatura, que le da de vivir.

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